lunes, agosto 29

Citas

- Dígale -sonrió el coronel- que uno no se muere cuando debe, sino cuando puede.

- Era tan apremiante la pasión restaurada, que en más de una ocasión se miraron a los ojos cuando se disponían a comer, y sin decirse nada taparon los platos y se fueron a morirse de hambre y de amor en el dormitorio.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, Cien años de Soledad

Yo

Yo no soy solamente un cuerpo desnudo,
Ni un beso en la noche plagada de estrellas;
Soy algo más que el placer de unos labios
Que saben torturarte hasta que te queman.

No soy simplemente un sabor pasajero,
Si una vez me probaste, me querrás siempre,
Querrás que mi piel te bañe con su sal,
Querrás dominarme salvaje, terrestre.

Soy algo más que el aroma de un suspiro,
Aire que vuela navegando hacia ti,
Que envuelve y eclipsa tu razón un instante y
Que cuando se marcha no te deja dormir.

No todo en mí es la belleza que imaginas,
Que miras, que tocas, que sientes, disfrutas,
Que buscas a ciegas y encuentra tus manos,
Que brilla en la noche si sale la Luna.

Yo soy todo esto y soy una voz
Que cannta en la noche cuando está sola,
Que juega contigo y lo hace a su antojo,
Pero que si te pierde, simplemente, llora.

sábado, agosto 27

Lost

Hacía tiempo que una serie no me enganchaba tanto. Lo malo es que ahora tendremos que esperar hasta no sé cuándo para ver qué pasa. Espero que en las siguientes temporadas continúe más o menos en la línea que ha estado llevando hasta ahora y que no degenere, como suele pasar en la mayoría de series de éxito cuando los guionistas empiezan a fliparse. Lo que más me gusta de Perdidos es que todo el argumento es una completa paranoia, pero que encaja, todos los hechos son perfectamente factibles porque, como aún quedan decenas de misterios sin resolver, hay cientos de teorías que justifican que todo pueda ser perfectamente real. Algunas: todo es un reality del que los protagonistas no tienen ni idea (al estilo El Show de Truman), la francesa sería una especie de topo que propone las pruebas semanales; la isla no es más que un purgatorio, cuando un personaje comprende que está muerto, muere y se acaba todo para él, es una especie de lugar previo a la nada, que permite que asuman que todo se ha acabado; o bien, es un purgatorio al más tradicional estilo cristiano, no está claro si deben ir al cielo o al infierno así que ahí se quedan para el resto de la eternidad o hasta que se decida cuál debe ser su lugar definitivo; todo es una especie de sueño colectivo y todos están en coma (la desaparición de un personaje de la isla se debe a que realmente ha muerto o a que ha despertado del coma), o quizá sea el sueño de uno solo de los personajes; en el primer capítulo Lock explica a Walt cómo se juega al Backgamon, blancas contra negras, la isla puede ser el más real de los juegos, ¿quién juega con las blancas y quién con las negras? Quizá Walt y Lock, más instintivos que los demás a la hora de compreder ciertas cosas que ocurren en las isla...
Si después de leer esto te has quedado como estabas porque no has visto nunca la serie, te recomiendo que la veas para que puedas elaborar tu propia teoría: las posibilidades son tantas que seguro que encuentras una diferente a las que ya he citado.
Si quieres saber más sobre Perdidos, pon Lost en google y te aparecerán un montón de webs con foros e información sobre los personajes (aunque la mayoría en inglés). Como curiosidad: www.driveshaftband.com entra en la galería de fotos, no tiene desperdicio.

Suicidio

Siempre he pensado que quien intenta suicidarse y al final no lo consigue es porque lo que pretendía en realidad era, simplemente, llamar la atención, y no quitarse la vida. Se suele decir que los suicidas son cobardes; yo creo que todo lo contrario, sin vida, no hay nada, hay que ser muy valiente para renunciar a la vida a cambio de nada.
Pues bien, partiendo de estas dos ideas, creo que si algún día decidiera suicidarme y reuniera el valor necesario como para hacerlo, los meses previos al día S, ahorraría todo el dinero que pudiera para poder pagar una suitte (o como se escriba) en un hotel de 5 estrellas, en un lugar, bonito (espero haber conocido mucho mundo antes de decidir suicidarme para así poder elegir bien), lejos de Madrid (si quiero suicidarme de verdad, y no es un mero intento de suicidio). Por la noche llenaría la bañera con agua caliente, todo a oscuras y con velitas alrededor, la luz de la luna entrando por la ventana, pétalos de rosas rojas por todas partes y demás pijadas que residen en nuestro subconsciente y que relacionamos con el romanticismo gracias a las películas americanas. Me sumergería desnuda en el agua y me cortaría la venas. Dicen que es una de las muertes más dulces que existen, aunque no sé si creérmelo porque no creo que nadie haya vivido para comparar distintos tipos de muerte...

Secuestrada

Cuando eres pequeño, tus padres, un buen día, deciden que el aire de la ciudad debe ser malo para un ser tan indefenso y tierno como el pequeño adorable que sostienen entre sus brazos. Así que deciden llevarte todos los fines de semana, fiestas nacionales y demás periodos vacacionales a un pueblecito de la sierra, donde ellos mismos pasaron la infancia, a 30 minutos de Madrid, en coche. Y yo me pregunto, estando tan cerca Madrid y mi pueblo, ¿no será más o menos el mismo aire?
Cuando eres pequeño está bien ir al pueblo, te dejan salir hasta más tarde y te pasas es día en la calle, porque todo el mundo sabe que en los pueblos nunca pasa nada, los asesinatos, violaciones y demás crímenes tienen lugar única y exclusivamente en la ciudad. Sin embargo, te vas haciendo mayor, tienes ciertas necesidades (cine, internet, sexo regular con tu novio, botellones sin vecinas cotillas que lo comenten con tus padres...) y las ventajas del pueblo han desaparecido porque ya no tienes hora para llegar a casa ni en Madrid ni en la China y, a ciertas edades, el calor empieza a afectarte así que lo de pasarse el día en la calle, ya no es un aliciente, más bien todo lo contrario. Pero tus padres siguen empeñados en incomunicarte en el pueblo durante al menos un mes para sentir que aún pueden controlarte, aunque solo sea 30 días al año.
Espero que esto sirva como excusa para justificar mi ausencia. También es cierto que llevo ya dos días en mi casa y aún no había escrito, pero es que he sufrido justo el proceso inverso que describía UGe en un comentario en la entrada anterior: cuanto menos blogueas, menos ganas tienes.

lunes, agosto 1

Últimamente

Lloro mucho, discuto con todo el mundo y me encuentro mal, muy mal. Menos mal que soy fuerte y olvidadiza y, muy pronto, todo esto pasará. Menos mal que tengo a Sevi.

Café solo

Este es el relato que he presentado a El Fungible, espero que os guste.


En verano siempre deambulaba desnuda por la casa. Ya sabes, cuando uno vive solo, termina por adoptar costumbres raras. A ella le gustaba vivir sola, adoraba su apartamento de cocina pequeña, muebles de IKEA y pelusas debajo del sofá. A ella le gustaba su vida y que su vida solo le perteneciera a ella. Así que cuando un desconocido comenzaba a invadir su cama más de lo que estaba dispuesta a permitir, se sentía incómoda y terminaba cortando por lo sano.
–Manu, tenemos que hablar –calló un instante mientras sacaba un cigarro­–. Dame fuego.
Así era siempre el principio del final de cada historia. Primero lo bueno:
–Eres un tío genial, de lo mejorcito que ha pasado por mi vida, de verdad. Me gustas mucho y congeniamos muy bien. Además, tienes un culito encantador...
Luego lo malo:
–El problema es que ahora estoy muy liada, ya sabes: el trabajo, la casa, mis amigos de toda la vida..., una relación así, como la que tenemos, me agobia y me angustia porque siento que no le puedo dedicar tanto tiempo como debiera..., y eso no es justo, para ninguno de los dos.
Y, por último, las mentiras:
–Pero podemos seguir siendo amigos. Puedes pasarte a tomar un café de vez en cuando, en serio, no me gustaría perderte así tan... tan de repente. Me da miedo que desaparezcas por completo de mi vida y darme cuenta, cuando el tiempo haya pasado y te haya perdido para siempre, de que el problema no era que lo nuestro no funcionara, sino que, simplemente, no era el momento adecuado...
La mayoría de los hombres con los que salía eran tanto o más independientes que ella. Así que cuando ocurría todo esto, sabían perfectamente que era el instante perfecto para decir adiós. Cogían su ropa interior del primer cajón de la mesilla, su cepillo de dientes y un poco del olor a café recién hecho que inundaba la casa y se marchaban sin más. Con un agradable recuerdo, eso sí, pero sin lamentarse porque todo hubiera terminado, pues comprendían que más habría sido demasiado.
Sin embargo, también los había de esos que se enamoran fácilmente. Habían pasado las mejores semanas de su vida con ella (ella era guapa, inteligente, sociable, comprensiva..., perfecta) y se negaban a alejarse sin antes luchar por seguir poseyendo a esa mujer que nunca llegó a pertenecerles del todo. Así que algunos seguían llamando y haciendo visitas hasta que un día el móvil empezaba a estar siempre “apagado o fuera de cobertura” y no había nunca nadie en casa.

En el trabajo todos la conocían. Era difícil que una mujer así pasara desapercibida. Sin embargo, ninguno de los que la miraban todas las mañanas con esa mezcla irritante de lujuria y ensoñación podía presumir de haber estado con ella: Lucía había vivido lo suficiente para comprender que negocios y placer no debían mezclarse.
Un día, la vieron llorar mientras se preparaba un café en la máquina que hay al final del pasillo, justo al lado de la salida de emergencia. Alguien hizo correr el rumor de que un hombre, del que al fin se había enamorado, la había dejado por otra y que ella lloraba no por haberle perdido, sino porque no sabía aceptar una derrota.
Aquella tarde, cuando volvió a casa, se desnudó. Era diciembre. A partir de entonces, fuera invierno o verano, siempre iba desnuda por la casa. Algo había cambiado y ella lo sabía.
Dos tonos más y cogerá el teléfono.
–Sí, ¿quién es?
–¡Hola, Óscar!
–¡Hola, preciosa! Hacía tiempo que no tenía noticias tuyas. ¿Qué es de tu vida?
–¿Alguna vez te has cansado de hacer lo que estás haciendo?
–Sí, bueno, yo también estoy harto del papeleo de la oficina, si te refieres a eso...
Y, como siempre que hacía un chiste fácil en un momento inoportuno, solo se escuchó su sonrisilla nerviosa.
–Para, hablo en serio –la voz de Lucía sonaba entrecortada. ¿Iba a llorar? ¿De verdad iba a hacerlo? No podía creerlo, y Óscar que pensaba que jamás viviría para ver aquello...

* * *

Hay gente que piensa que los hombres no saben mentir. Ingenuos.
–Pero podemos seguir siendo amigos. Puedes pasarte a tomar un café de vez en cuando, en serio, no me gustaría perderte así tan... tan de repente. Me da miedo que desaparezcas por completo de mi vida...
Y blablablá. ¿Cuántas veces había escuchado el mismo discurso? Cuando le decían esto, Óscar siempre lloraba. No delante de quien acababa de amargarle la tarde, la mañana o lo que fuera, desde luego que no, pero sí a solas cuando volvía a casa. A veces llamaba a Lucía, pero como ella siempre justificaba a la otra parte, en los últimos tiempos, poco antes de que acabara aquella vida trashumante, dejó de hacerlo. Nadie puede imaginar cuánto la envidiaba. Manejaba a los hombres a su antojo sin llegar a sufrir por ellos, era su diosa.
El caso es que, por suerte o por fortuna, Óscar se echó un novio que le duró más de lo habitual. Alguien les regaló una planta por su aniversario y, como no eran capaces de decidir quién debía quedársela para cuidarla, se fueron a vivir juntos y eliminaron el problema de raíz.
–Pequeña, ¿estás bien? Si quieres quedamos para tomar un café y lo hablamos con más calma. Tengo la tarde libre, te dejo que me secuestres...
No hizo falta nada más: un minuto escaso de conversación le había servido a Lucía para saber qué le pasaba y qué debía hacer para acabar con sus temores e inquietudes de una vez:
–Déjalo, creo que ya sé lo que voy a hacer.
Y Lucía salió de casa a comprarse una planta de interior que puso al lado de la estantería del salón, una de esas estanterías con libros descolocados, cada uno de su padre y de su madre. Cuando vio su plantita allí, tan verde y tan estirada, se sintió orgullosa de su decisión y se rió a carcajadas de aquel momento de crisis que ya parecía pertenecer al más lejano de los pasados.
Llamaron a la puerta. Mierda, debía ser el pesado ese..., ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! ¡Manu! Con las ganas que tenía ella de estar sola..., pero hubo suerte, era Óscar. Le abrió la puerta con una gran sonrisa en la cara y Óscar comprendió que el peligro había pasado. Lucía preparó café: con leche para él y solo para ella..., ¡y cuánto le gustaba a Lucía el café solo!