martes, septiembre 22

De calcetines y hombres

Enciende el ordenador nada más llegar a casa. Siempre lo hace. Manías, costumbres, vicios y complejos. Hoy quiere ver porno. Se mete en esa web, en esa página que hace juegos de palabras con youtube y algo de rojo, red, no, espera, esa no va, con porn... algo así. Ya está. Bendito Firefox que lo encuentra todo.
Mientras se cargan los vídeos se desnuda, se quita las zapatillas, se huele los calcetines y pone algo de música. Iván Ferreiro es el afortunado, que nunca le ha gustado, pero hoy le apetece escuchar pastelote. Después de "Ciudadano A", youtube (esta vez el de verdad), le lleva hasta "Abrázame". Abrir pestaña. Enlace en Facebook.

Vuelve al tuporno. Se decide por un vídeo en el que salen dos chicas, por si escuchar a Iván Ferreiro no resultara suficientemente ñoño de por sí. Ahora suena "Te echaré de menos hoy". Las chicas del vídeo, morena y rubia respectivamente, se mueven al compás de la canción y acaban completamente desnudas al tiempo que se escucha "no sé cómo parar esta canción...".
"Pues no la pares", piensa. Y la morena no para, sigue jugueteando con el piercing del ombligo de una rubia-pocos-pechos para preparar, a todos, a la rubia, al espectador y hasta a Iván Ferreiro, para lo que está a punto de pasar.
Lo bueno de la historia es que todo acaba pasando al mismo tiempo y todos terminan a la vez: la canción, la rubia, el vídeo y él.
Lo malo es que cuando todo acaba, Iván Ferreiro vuelve a ser un triste odioso. La rubia y, de paso, la morena, resultan vulgares. Alguien hace un comentario estúpido en Facebook sobre el enlace. La conexión a Internet empieza a ir lenta. Y el olor de los calcetines, tirados en cualquier rincón de la habitación, resulta incómodo, muy incómodo.

miércoles, septiembre 2

Martes, a las 3 de la mañana

He llegado a casa y no había nadie despierto. Incluso mi madre, mi reducto de paciencia incondicional, se había ido a la cama, cansada de esperar, enfadada porque no avisé. Me voy a la cama y allí tampoco hay nadie. Porque no lo merezco, porque, ahora mismo, además, no lo siento. Y sé... qué cojones. No sé nada. Cedo ante cualquier petición, me dejo llevar y no me defiendo ante nada porque nada me ofende y nada me halaga, porque todo es lo mismo. Me da igual todo, ya me da igual todo. Sin prioridades ni principios solo me queda volver a casa a las 3 de la mañana, un martes, a las 3 de la mañana. Y encender internet, y que no haya nada. Normal, es martes y son las 3 de la mañana. Los que estuvieron esperándome, cansados, se han ido a la cama, enfadados porque no avisé de que hoy, martes, me dejaría llevar y llegaría tan tarde.
De repente pienso en Raquel, en la Raquel de mi mejor amigo, que no es suya, pero ojalá lo fuera. Ojalá todo el mundo tuviera a alguien perenne y definitivo, sin dudas ni pasos atrás, de principio a fin, para siempre. Ojalá. Pero Raquel no es de nadie y ni siquiera mi amigo la quiere para sí. Y todos, como ellos, estamos solos cuando llegamos a casa y nos metemos a la cama. Ése es el gran drama de la vida. Más tarde o más temprano, llegamos a casa, nos metemos en la cama y estamos solos. Un Martes. A las tres de la mañana.