martes, septiembre 18

Una de bares

Cuando abrieron el bar de debajo de mi casa todo el barrio acudió a la inauguración. La gente estaba ansiosa por cambiar de aires, por encontrar algo distinto…, pero el nuevo bar era tan distinto que, pasada la novedad inicial, nadie volvió a hacerle demasiado caso. El primero en darse cuenta de lo que pasaba fue Julito Picón.

Ponme una caña, has el favor.

La nariz enrojecida, la voz ronca y algún que otro lamparón en la camisa se sintieron decepcionados cuando la cerveza apareció en una copa de esas modernas, había que utilizar posavasos y en lugar de aceitunas con hueso, le pusieron de las rellenas de anchoa.

Me ha dicho el médico que nada de anchoas, ni jamón, ni sal en las lentejas. Que con la tensión como la tengo no puedo tomar ni café. Ya ves tú, como si fuera a vivir cien años por quitarme de esas cosas—. Maribel decide que es un buen momento para encenderse un cigarro. Se para frente a la puerta del bar nuevo y pregunta:

Oye, ¿te parece que entremos?

Durante un instante, el mundo dejó de girar sobre su eje. La ausencia era tan evidente que daba miedo: no había máquina tragaperras.

Pues chica, qué quieres que te diga. A mí el café descafeinado y sin poder echar mis veinte duros en la máquina entre sorbo y sorbo, pues como que no me sabe igual.

Como tampoco saben igual las frituras en un bar con los azulejos limpios ni las coca-colas sin media rodaja de limón. Nada sabe igual si tienes que tirar las servilletas en una papelera y mucho menos, si esas servilletas son de las que limpian de verdad y no de las que pone “Gracias por su visita”. En el bar nuevo todo era distinto y a la vez tan anodino que quien no echaba en falta que los domingos por la noche pusieran el partido del Plus, se maldecía porque en lugar de banquetas en las que te cuelgan los pies, había que sentarse en sillas como las de casa.

Y es que, como digo, el bar de debajo de mi casa no era como ningún otro bar que hubiéramos visto en el barrio. Tenía algo enigmático, algo que te hacía recelar, que te hacía pensar que algo sucio se tramaba ahí dentro y que el asunto del bar servía como tapadera. Desde luego no vendían droga ni nada por el estilo, para eso ya estaba el Bar Tetuán, que se encargaba de suministrar costo a los adolescentes del barrio. Tampoco había “chicas”, de ser así, el dueño de la Güisquería Géminis habría acabado con la competencia en lo que se tarda en reventar la luna de un escaparate. Y si nos aferramos a la más literal de las acepciones de la palabra “sucio”, no podemos decir que fuera el caso porque, las cosas como son, con las cucarachas del Baden-Baden ya estábamos curados de espanto…

Fue un verdadero contratiempo que, antes de poder descubrir qué se escondía tras el misterioso bar, se colgara el cartel de SE TRASPASA y, de la noche a la mañana, se convirtiera en un sitio de lo más normal.

sábado, septiembre 1

Me va la vida en ello

Cierto que huí de los fastos y los oropeles
Y que jamás puse en venta ninguna quimera,
Siempre evité ser un súbdito de los laureles
Porque vivir era un vértigo y no una carrera.

Pero quiero que me digas, amor,
Que no todo fue naufragar
Por haber creído que amar
Era el verbo más bello…
Dímelo…
Me va la vida en ello.

Cierto que no prescindí de ningún laberinto
Que amenazara con un callejón sin salida
Ante otro “más de lo mismo” creí en lo distinto
Porque vivir era búsqueda y no una guarida.

Cierto que cuando aprendí que la vida iba en serio
Quise quemarla deprisa jugando con fuego
Y me abrasé defendiendo mi propio criterio
Porque vivir era más que unas reglas en juego.

SILVIO RODRÍGUEZ