miércoles, septiembre 2

Martes, a las 3 de la mañana

He llegado a casa y no había nadie despierto. Incluso mi madre, mi reducto de paciencia incondicional, se había ido a la cama, cansada de esperar, enfadada porque no avisé. Me voy a la cama y allí tampoco hay nadie. Porque no lo merezco, porque, ahora mismo, además, no lo siento. Y sé... qué cojones. No sé nada. Cedo ante cualquier petición, me dejo llevar y no me defiendo ante nada porque nada me ofende y nada me halaga, porque todo es lo mismo. Me da igual todo, ya me da igual todo. Sin prioridades ni principios solo me queda volver a casa a las 3 de la mañana, un martes, a las 3 de la mañana. Y encender internet, y que no haya nada. Normal, es martes y son las 3 de la mañana. Los que estuvieron esperándome, cansados, se han ido a la cama, enfadados porque no avisé de que hoy, martes, me dejaría llevar y llegaría tan tarde.
De repente pienso en Raquel, en la Raquel de mi mejor amigo, que no es suya, pero ojalá lo fuera. Ojalá todo el mundo tuviera a alguien perenne y definitivo, sin dudas ni pasos atrás, de principio a fin, para siempre. Ojalá. Pero Raquel no es de nadie y ni siquiera mi amigo la quiere para sí. Y todos, como ellos, estamos solos cuando llegamos a casa y nos metemos a la cama. Ése es el gran drama de la vida. Más tarde o más temprano, llegamos a casa, nos metemos en la cama y estamos solos. Un Martes. A las tres de la mañana.

1 Comentarios:

Blogger Unknown said...

A veces estar rodeado de gente es el camino más corto para sentirte solo, nacemos solos, estuadiamos solos, vamos solos a trabajar y morimos solitos, y para estar solo es imprescindible llevarse bien con uno mismo.

septiembre 02, 2009 10:11 a. m.  

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