viernes, octubre 26

Fahrenheit 451

¿Por dónde empiezo? Decepcionante, previsible, con personajes horribles, con numerosos errores... una idea genial que podría haberse convertido en el libro que transformara el devenir de la Historia y que Ray Bradbury se ha encargado de hacer trizas. No conozco su obra en profundidad. En realidad, solo conozco este libro, ¿será porque ha sido la única idea genial que ha tenido en toda su vida y porque, como es un pésimo contador de historias, no ha conseguido escribir ninguna otra cosa decente? Me ha ocurrido algo así como con Un mundo feliz. Son de esos libros que coges con ganas por lo que representan, por lo que plantean y que al final te acaban dejando como estabas, un poco más aburrido si cabe. Con ideas así no puedes dejar que la narración decaiga en ningún momento, joder, que no estamos escribiendo una redacción para el colegio estamos escribiendo nada más y nada menos que libros! Creo que sería mucho más útil que ideas como las de Fahrenheit 451 pasaran a formar parte del acervo colectivo para que alguien con talento las desarrollara debidamente. No sé cómo un editor puede dejar que un autor agote una idea tan buena en un libro tan malo. Lo más suave que se me ocurre cuando leo que Ray bradbury dice de sí mismo que es "un narrador de cuentos con propósitos morales", es que es un presuntoso.
Si desean leer una distopía de las de verdad, de las cojonudas de principio a fin, echen mano de Orwell, 1984 y Rebelión en la granja. No les defraudarán.

El cigarro de después

Anuncios por palabras. "Busco a alguien para compartir el cigarro de después y lo que surja". Porque una cosa es follar y otra muy distinta es fumarse el cigarro de después. Follar puedes hacerlo con cualquiera, feo o guapo puedes disfrutar, gordo o flaco lo mismo da. Pero el cigarro de después solo se disfruta con algunos, cuando se ama o cuando se tiene la suerte de dar con alguien INTERESANTE (obsérvense las mayúsculas).
Nadie contestó al anuncio. No queda gente interesante. No queda amor.

domingo, octubre 21

A lo tonto a lo tonto

El cercanías en hora punta no siempre cumple los horarios y menos aún cuando hay huelga encubierta.
Una mañana de esas, Paola, Luis, Pedro, Emilia y un centenar de pasajeros más no se sorprendieron cuando el tren se quedó parado entre Recoletos y Atocha más tiempo de lo habitual. Sólo a algún visionario se le ocurrió pensar "qué raro", pero poco más. Lo cierto es que la gente se adaptó perfectamente a la situación y pronto todos encontraron algo que hacer.
Desde el primer día, Luis se erigió como líder del grupo y distrubuyó las tareas entre todos. Por ejemplo, encargó a un par de personas de su confianza que organizaran un almacén con toda la comida para poder racionarla entre los viajeros de forma ecuánime y a algunos de los muchachos más jóvenes se les encomendó la tarea de mantener los aseos como deben estar: aseados.

Paola, experta en telecomunicaciones, pensó que no estaría de más tratar de comunicarse con el exterior. Destripó su móvil de última generación, su pda y su Mac para, aprovechando las horas de luz que el túnel les brindaba, tratar de crear una especie de móvil-satélite-ultra-potente.
Cuando la comida empezó a escasear, Pedro, jubilado aficionado a la horticultura, propuso aprovechar el abono y los esquejes que llevaba consigo (se dirigía a la finca de su pueblo cuando tuvo lugar el "parón") y no tardaron en habilitar un vagón-huerto que, sorprendentemente, en pocas semanas comenzó a dar sus frutos pese a la ausencia de luz natural. Todos se sintieron afortunados por aquel pequeño milagro en forma de tomates, coles y zanahorias al que pronto se unieron otros: Emilia terminó su embarazo y dio a luz a dos hermosas y sanas criaturas; al pequeño Miguelito se le cayó el primer diente de leche y el Ratón Pérez le obsequió con una chocolatina que nadie sabe muy bien de dónde salió; Marta y Diego se enamoraron y anunciaron su compromiso...
La pequeña comunidad vivía feliz en su tren de cercanías. A lo tonto a lo tonto, pasaron cinco años. Fue entonces cuando a alguien se le ocurrió comprobar si funcionaba la apertura de emergencia. Todos se sintieron en cierto modo decepcionados al comprobar que sí, que así era.

viernes, octubre 12

El primer día del resto de mi vida

He dejado mi trabajo, mi primer trabajo. Lo dejé porque me cansé de lo que estaba haciendo, pero echaré mucho de menos a mis compañeros, la rutina, el lugar, hasta el volcado si me apuras. Echaré de menos mi primer trabajo. El primer trabajo es siempre especial, igual que el segundo y el tercero, como el último..., aunque todos distintos. Cuando te has pasado mucho tiempo haciendo algo y paseas por la zona que solías frecuentar sientes nostalgia. Yo a veces siento nostalgia cuando paso por la esquina de Nuevos Ministerios en la que estuve sentada una vez con mi primer novio, cuando paso por la carretera que iba de camino a mi colegio, cuando veo una camiseta de hombreras blanca como las que usaba mi abuelo. Supongo que la vida es una constante creación de nostalgias. Me asusta porque ahora que soy joven tengo 2 nostalgias frente a 8 expectativas, pero cuando sea vieja el promedio será justo al contrario y no sé si seré capaz de soportarlo.
Me desvío del tema. "Hoy es el primer dìa del resto de mi vida". Eso es lo que os quería contar. El lunes empecé 4º de Periodismo, en un edificio diferente a aquel donde estudié los tres primeros años de carrera. Me reencuentro con viejas amigas y asumo la responsabilidad de sobrellevar el principio del fin sin dramatizar demasiado. El lunes empezaré a trabajar en Europa Press, un trabajo que me motiva, pero que temo me decepcione como lo hizo el anterior.
"Hoy es el primer dìa del resto de mi vida" y en estas semanas mi visión de la amistad ha dado un pequeño giro, de norte a noroeste, un pequeño giro hasta el lugar donde un sms con un "estamos en el cielo. tengo cotilleos", vale tanto como una llamada telefónica de una hora.
Por si todo esto fuera poco, he encontrado sujetadores de verdad (nada de tops de niña pequeña como los que llevo usando toda la vida) de mi talla. Y ahora mis tetas me encantan y escucho a la Spice Girls.
Y vuelvo a tener ganas de escribir y vuelvo a dejar de tener tiempo para hacerlo. Necesitaría seguir teniendo retos como el concurso de relatos que hacíamos en el trabajo, pero no tengo ganas de encorsetar mis palabras. Supongo que volveré a lo de siempre, al blog, mi refugio desde hace tantos meses. Y quizá vuelva a ilusionarme con algún proyecto ambicioso, quizá retome a aquella familia estúpida en la que todos se llamaban con nombres acabados en "el". Pero nunca se sabe cómo acabará la cosa y menos hoy, que es el principio del resto de mi vida.

jueves, octubre 4

Spice World

Quizá la culpa de todo la tuvo Geri Halliwell. Toda una generación de chicas tiñó de rubio los mechones delanteros de su pelo en la época en la que la media de estatura creció diez centímetros gracias a ese milagro en forma de zapato llamado plataformas. Fue la generación que recuperó los pantalones campana para tunearlos con un piercing en el ombligo y que convirtió el tanga en una forma de vida.

Una década después, la canción que obró aquella revolución juvenil sigue sonando (“I'll tell you what I want, what I really really want...”) mientras Carla permanece frente al espejo. “Vuelven las Spice Girls…”, comenta el locutor. “¡Y una mierda!”, piensa Carla. Ya nada es como entonces. Las adolescentes que bailaron al son de aquellas voces ahora visten pantalones pitillo y esconden, pudorosas, los metales con que un día perforaron su piel. Ninguna de ellas admitirá aquel pasado oscuro en que se adoraba a Mel B o a Victoria, a Geri o a Nick Carter como si de dioses recién caídos del cielo se tratase. A todas les resulta bochornoso reconocer lo que fueron y por eso ahora se visten a la moda (a otra moda) y descargan en su móvil politonos de reaggeton o de rollito FIB según el caso. Ahora son otras y se disfrazan de lo que toca. Pero Carla se resiste. Está cansada de avergonzarse y de fingir. Carla ha decidido ser ella, siempre ella. Y ahora, embutida en sus viejos vaqueros, se despide del espejo, abre la puerta, baja las escaleras y sale a la calle. Cada dedo que la señala, cada comentario que suscita, cada burla que despierta le reafirman en su idea de que ha tomado la decisión correcta: es distinta, es única, está segura de sí misma y es feliz. Sonríe. Coge el autobús de camino al trabajo y, a partir de ese momento todo sucede tan deprisa que asusta.

El despido es casi inmediato, ni piercings ni horteradas, las normas son claras al respecto, ¿qué van a pensar los clientes al ver a una comercial así vestida? Carla recoge sus cosas y decide dedicar el día al amor.

“Carla, estás distinta”, comenta su novio en cuanto la ve llegar. Receloso y a la vez embaucado por la chica que tiene ante sus ojos y que le recuerda a su primera novia, el temor a lo que puedan pensar los demás toma las riendas y decide dejar plantada a Carla.

Pero sin lugar a dudas, fue la madre de Carla quien peor se tomó aquel cambio de rumbo en la vida de su hija. “Manolo, la niña se nos ha escapado de las manos, hay que hacer algo. Como mis amigas de la iglesia la vean de esta guisa a mí me da algo, Manolo, te lo juro que me da algo”. El pobre Manolo acata la decisión de su señora esposa y mete a la niña en el Renault 5 para llevarla a una “residencia de reposo”.

El diagnóstico es claro: Carla está como una cabra. Necesita aislamiento y la encierran. Será mejor que no la vea nadie, si algún visitante se da cuenta de la clase de enfermos que se tratan en la clínica…, ¡podría ser su ruina!

Antes de que Carla pudiera ser consciente de lo que había ocurrido, estaba tan sedada que solo era capaz de canturrear “So tell me what you want, what you really really want…”, mientras la encerraban en un cuarto acolchado.

Tuvieron que pasar otros 10 años para que un modisto nostálgico recuperase en la pasarela aquel look de mediados de los 90. Poco a poco, se volvieron a ver en las calles chicas que recordaban al quinteto más picante de todos los tiempos. Y ahora, después de tanto tiempo, Carla se despide del espejo embutida en sus viejos vaqueros, alguien le abre la puerta, baja las escaleras acompañada de una enfermera y sale a la calle. No hay nada de lo que avergonzarse, estuvo enferma y ahora se ha recuperado. Ya puede hacer una vida normal. Lo que es preocupante es lo de aquella otra chica, cómo se llama… ¿Lucía? Sí, esa chica sí que tendría que hacérselo mirar. Todo el día con sus pantalones pitillo y con ese pelo cortado a lo Pulp Fiction, ¿es que no le da vergüenza salir así a la calle?