lunes, julio 5

Londres, 10.25 de la noche

Llego a la habitación y me encuentro con la decepcionante perspectiva de que esta noche me acostaré sin poder hablar con él.
Quizá aproveche para leer. Quizá aproveche para pensar. Quizá intente ver otro capítulo de The Big Bang Theory sin subtítulos. Pero al final, como de costumbre, me dejo llevar por la inercia y la apatía y acabo haciendo algo tan poco constructivo como actualizar un blog que tengo abandonado desde hace casi un año.
Hoy hace 6 meses que llegué a Londres y, desde entonces, esa misma actitud, ese mismo dejar pasar el tiempo sin que nada pase, han sido los compases dominantes de mi vida. Soy un animal de costumbres, carne de rutina, y no consigo verle el lado bueno a una ciudad que no me ofrece ni mi cama, ni a mi madre ni el calimocho de aquel bar.
Echo de menos mi casa, mi gente, mis amigos. A mi hermano, a mi padre, a Gabi. Echo de menos ir a la compra con el carro y coger el metro, un metro sin ratas. En fin, echo de menos mi vida. Porque por mucho que dentro de un rato, como todas las noches desde hace meses, acabe durmiendo en esta cama con sábanas de Primark y colchón destartalado, en Londres no está mi casa.
Y mucho menos sin él.