Spice World
Una década después, la canción que obró aquella revolución juvenil sigue sonando (“I'll tell you what I want, what I really really want...”) mientras Carla permanece frente al espejo. “Vuelven las Spice Girls…”, comenta el locutor. “¡Y una mierda!”, piensa Carla. Ya nada es como entonces. Las adolescentes que bailaron al son de aquellas voces ahora visten pantalones pitillo y esconden, pudorosas, los metales con que un día perforaron su piel. Ninguna de ellas admitirá aquel pasado oscuro en que se adoraba a Mel B o a Victoria, a Geri o a Nick Carter como si de dioses recién caídos del cielo se tratase. A todas les resulta bochornoso reconocer lo que fueron y por eso ahora se visten a la moda (a otra moda) y descargan en su móvil politonos de reaggeton o de rollito FIB según el caso. Ahora son otras y se disfrazan de lo que toca. Pero Carla se resiste. Está cansada de avergonzarse y de fingir. Carla ha decidido ser ella, siempre ella. Y ahora, embutida en sus viejos vaqueros, se despide del espejo, abre la puerta, baja las escaleras y sale a la calle. Cada dedo que la señala, cada comentario que suscita, cada burla que despierta le reafirman en su idea de que ha tomado la decisión correcta: es distinta, es única, está segura de sí misma y es feliz. Sonríe. Coge el autobús de camino al trabajo y, a partir de ese momento todo sucede tan deprisa que asusta.
El despido es casi inmediato, ni piercings ni horteradas, las normas son claras al respecto, ¿qué van a pensar los clientes al ver a una comercial así vestida? Carla recoge sus cosas y decide dedicar el día al amor.
“Carla, estás distinta”, comenta su novio en cuanto la ve llegar. Receloso y a la vez embaucado por la chica que tiene ante sus ojos y que le recuerda a su primera novia, el temor a lo que puedan pensar los demás toma las riendas y decide dejar plantada a Carla.
Pero sin lugar a dudas, fue la madre de Carla quien peor se tomó aquel cambio de rumbo en la vida de su hija. “Manolo, la niña se nos ha escapado de las manos, hay que hacer algo. Como mis amigas de la iglesia la vean de esta guisa a mí me da algo, Manolo, te lo juro que me da algo”. El pobre Manolo acata la decisión de su señora esposa y mete a la niña en el Renault 5 para llevarla a una “residencia de reposo”.
El diagnóstico es claro: Carla está como una cabra. Necesita aislamiento y la encierran. Será mejor que no la vea nadie, si algún visitante se da cuenta de la clase de enfermos que se tratan en la clínica…, ¡podría ser su ruina!
Antes de que Carla pudiera ser consciente de lo que había ocurrido, estaba tan sedada que solo era capaz de canturrear “So tell me what you want, what you really really want…”, mientras la encerraban en un cuarto acolchado.
Tuvieron que pasar otros 10 años para que un modisto nostálgico recuperase en la pasarela aquel look de mediados de los 90. Poco a poco, se volvieron a ver en las calles chicas que recordaban al quinteto más picante de todos los tiempos. Y ahora, después de tanto tiempo, Carla se despide del espejo embutida en sus viejos vaqueros, alguien le abre la puerta, baja las escaleras acompañada de una enfermera y sale a la calle. No hay nada de lo que avergonzarse, estuvo enferma y ahora se ha recuperado. Ya puede hacer una vida normal. Lo que es preocupante es lo de aquella otra chica, cómo se llama… ¿Lucía? Sí, esa chica sí que tendría que hacérselo mirar. Todo el día con sus pantalones pitillo y con ese pelo cortado a lo Pulp Fiction, ¿es que no le da vergüenza salir así a la calle?
2 Comentarios:
¡VUELVEN! \o/
Ya era hora. Con lo que me gustaron los dos primeros discos.
Y sí, la respuesta a la pregunta que todo el mundo hace cuando afirmo esto es: Sí, soy Eugenio.
jeje muy bueno char ;) Mars
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