Sueño de una ducha de verano
El calor me ha empujado al capricho inoportuno de ducharme a media noche. Entro en el baño y lo primero que hago es descalzarme. Dejo que mis pies, llenos de mataduras de zapatos nuevos y de durezas por las viejas calles, disfruten del frío de las losas. Mis pies ya no son lo que eran ni con sus mejores galas, ni con las uñas pintadas de rosa son lo que eran. Como tampoco lo son mis manos, tan hartas de escribir y trabajar que ya ni sudan en las noches de verano. Son ellas las encargadas de deslizar mi vestido de andar por casa, el que uso lo mismo para dormir que para salir a la terraza a regar las plantas, en el cesto de la ropa sucia. Es entonces cuando me sorprendo desnuda en el espejo. Lo único que merece la pena mirar con cierta atención es mi culo, no tanto por lo que es como por lo que ha sido. Qué tiempos aquellos en los que sus curvas me abrían la puerta a amores de bar inesperados. Qué tiempos.
“A la ducha”, me digo. Y me quito las gafas. Y me veo borrosa. Guiño los ojos y me acerco a mi reflejo. Y así, con la expresión marcada y los ojillos chicos, me veo como vieja.
Me meto en la ducha y cierro la mampara para dejar que el agua haga tranquilamente su trabajo. Y el agua se lleva el sudor y me envuelve en su tibieza. El agua se lleva lo sufrido y deja lo soñado. El agua hace bien su trabajo. Y salgo de la ducha para esconderme en la toalla. El vaho mancha el espejo y me descubro para limpiarlo. Y me veo. Me pongo las gafas y me veo hasta guapa con el pelo mojado hasta las pestañas. Me veo valiente, capaz hasta de secarme y de vestirme. Me veo como nueva, me siento como nueva. Entonces me seco y me visto. Y todo vuelve a ser como antes.
Me despierto y siento tanto calor que me apetecería pegarme una ducha
1 Comentarios:
Si no fuese por los buenos momentos, y por los que pasamos en el baño, que seria de nosotros.
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