Mi Dios minúsculo
Vive en mi mesilla de noche un dios minúsculo, pequeño. Tiene cara de duende, pelo dulce, como de mujer, y piel de nieve. Es bonito. Es como yo diga porque apenas lo veo. Solo sale por las noches, cuando intuye que yo ya estoy durmiendo. A veces logro engañarle y puedo verle, intuirle con los ojos entrecerrados. Se sienta en mi almohada a verme dormir. Me dice que soy bonita porque sabe que soy coqueta; sabe que soy coqueta porque me pinto los labios antes de irme a dormir para que me mire y me diga que soy bonita. Le cuento mis sueños y me dice que son grandes sueños. Y yo me lo creo y soy un rato más feliz cada noche que pasa.
La otra noche estaba triste. Me lo contó al oído, pero hablaba tan bajito que no logré entender qué le pasaba. Quise encender la luz, vestirme y llevarle a pasear, a ver la Luna. Quise decirle que no se preocupara, que cuando cierro los ojos él se hace gigante y que quizá si él los cerrara también, se haría gigante de verdad y para siempre. Pero tuve miedo de que se asustara con la luz y huyera, de que se fuera a vivir a otra mesilla de noche, de que empezara a ser ridículo que me pintara los labios antes de acostarme si no iba a haber nadie para mirarme. Tuve miedo de quedarme sin mi dios minúsculo. Porque una vida sin dios, sin nadie que te diga que eres bonita y que tus sueños son grandes sueños, no es vida. Al final me armé de valor y le dije algo al oído que no sé si oyó. Le dije que le quería, muy bajito, como es él. Fue un tequiero minúsculo que puede hacerse enorme si se cierran los ojos. Desde entonces mi dios minúsculo no ha vuelto a aparecer. Pero sé que cuando vuelva volverá a estar contento, volverá a decirme las cosas que me decía y hará como que no le dije nada. Me guardará el secreto.
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