Olvido
El sábado estuve con Marina, mi amiga de la infancia, mi vecina. La única persona que fuera de mi casa me llama María. Lleva año y medio viviendo en Inglaterra y viene muy de cuando en cuando. Tardamos menos de un año en perder el contacto, en dejar los e-mails, al principio semanales, después mensuales. Y el sábado sentí que era una extraña, que no era mi vecina, que aquella chica con el pelo teñido de rojo no era la niña con la que jugaba a las profesoras. Sentí que sus historias, siempre apasionantes, me aburrían. Noté que incluso su olor me era extraño.
Por la noche, durmiendo, volví a pensar en ella. Pensé también en Ignacio, que fue mi mejor amigo durante años, pero que tuvo que marcharse. Pensé que de él, después de 4 años o quizá 5, sí que no sé absolutamente nada. Pensé que él sí que sería un extraño si le viera ahora. Pensé en lo egoísta que fui hace un par de años cuando volví a verle después de mucho tiempo, cuando me pareció más guapo que nunca, cuando la gente ya le llamaba Nachete y me alegré de que se hubiera marchado, porque, de haberse quedado, me habría enamorado de él y habría sufrido al sentir su rechazo y, después, quizá, su pérdida.
Y hoy he pensado en Lidia. Que también está lejos, que aún es mi amiga, pero que ya nunca me escribe porque tardo mucho en contestarla. Esta noche la escribo, esta noche le explico que no quiero perderla, a ella no, no podría. Ahora sé lo que pasa cuando la gente está lejos, ahora sé qué es lo que no quiero que pase.
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