Lola
Durante todo el camino de vuelta a casa la persiguió la conciencia de la muerte. La idea de la muerte siempre la había inquietado, pero nunca lo había hecho hasta el punto de hacerla sentir acosada, acorralada incluso. No había escapatoria y ella lo sabía. Eso era lo peor de todo.
El viaje en autobús era largo, un par de horas, quizá tres. Aún había tiempo para seguir pensando. Los recuerdos se abalanzaban sobre su mente, pugnando cada uno por ser el último que reviviera su memoria antes del momento fatal. Lola intentó ordenarlos, dejarles tiempo para representar su drama de uno en uno, pero la fue imposible: la fuerza de sus recuerdos era mayor incluso que la de su propia voluntad. Iban y venían de forma desordenada, punzante. Lola se resignó y les dejó hacer.
Luis la quiso mientras duró lo suyo. Siempre alababa sus ojos y sus pechos. Nunca se había fijado en ella, de haberlo hecho, jamás le habría robado la sonrisa.
El entierro de Mayte fue como un sueño. El accidente, el hospital, el velatorio, las flores… Todo ocurrió demasiado deprisa.
Su madre se fue de casa. Las maletas estaban en la entrada del piso cuando Lola llegó de clase. Sintió un beso en la mejilla y nunca volvió a verla.
Lucía la amó más de lo que jamás la había amado ningún otro hombre. Disfrutaron mucho estando juntas. Se amaron demasiado y Lola se casó con Pablo.
Lola tiene 15 años, se emborracha por primera vez, fuma Fortuna. Alguien la lleva a casa. Aquellos amigos serán para siempre.
Un chico de unos 30 años toca en Cuatro Caminos. Es una canción triste que ella conoce de sobra. Rebusca en su cartera. No tiene suelto.
Lola se acuesta con un desconocido.
Mayte tenía nombre de libro de cocina. Cuando trajeron a Mayte a casa Lola sintió envidia. Era pequeña, redonda y suave. ¿Quién iba a volver a quererla, a fijarse si quiera en ella, existiendo seres como aquel?
Lola se besa con una desconocida. Le pregunta el nombre. Su nombre es Lucía.
Papá murió de cáncer.
Lola come chocolate, tumbada en el sofá, tapada con una manta. Los pies, con calcetines blancos, sobresalen, de la manta y del sofá. Ríe a carcajadas con una vieja comedia en blanco y negro.
Lucía no volvió o ella no regresó con Lucía. Eso nunca la quedó muy claro a Lola.
Lola busca piso. Odia al vendedor de la inmobiliaria.
Se rompe la impresora. El fax no funciona. Llega tarde al trabajo. Un café con leche en el descanso. Un jefe baboso. Debería haber estudiado Bellas Artes.
Lola está embarazada.
Para el autobús y Lola camina, despacio, hasta su casa. Lola abre la puerta. Lola se mira en el espejo. Lola se quita el maquillaje. Lola está hermosa. Lola sabe que nunca volverá a estar tan bonita como en ese instante. Lola se va a la cama, a envejecer en lugar de a morir.
El viaje en autobús era largo, un par de horas, quizá tres. Aún había tiempo para seguir pensando. Los recuerdos se abalanzaban sobre su mente, pugnando cada uno por ser el último que reviviera su memoria antes del momento fatal. Lola intentó ordenarlos, dejarles tiempo para representar su drama de uno en uno, pero la fue imposible: la fuerza de sus recuerdos era mayor incluso que la de su propia voluntad. Iban y venían de forma desordenada, punzante. Lola se resignó y les dejó hacer.
Luis la quiso mientras duró lo suyo. Siempre alababa sus ojos y sus pechos. Nunca se había fijado en ella, de haberlo hecho, jamás le habría robado la sonrisa.
El entierro de Mayte fue como un sueño. El accidente, el hospital, el velatorio, las flores… Todo ocurrió demasiado deprisa.
Su madre se fue de casa. Las maletas estaban en la entrada del piso cuando Lola llegó de clase. Sintió un beso en la mejilla y nunca volvió a verla.
Lucía la amó más de lo que jamás la había amado ningún otro hombre. Disfrutaron mucho estando juntas. Se amaron demasiado y Lola se casó con Pablo.
Lola tiene 15 años, se emborracha por primera vez, fuma Fortuna. Alguien la lleva a casa. Aquellos amigos serán para siempre.
Un chico de unos 30 años toca en Cuatro Caminos. Es una canción triste que ella conoce de sobra. Rebusca en su cartera. No tiene suelto.
Lola se acuesta con un desconocido.
Mayte tenía nombre de libro de cocina. Cuando trajeron a Mayte a casa Lola sintió envidia. Era pequeña, redonda y suave. ¿Quién iba a volver a quererla, a fijarse si quiera en ella, existiendo seres como aquel?
Lola se besa con una desconocida. Le pregunta el nombre. Su nombre es Lucía.
Papá murió de cáncer.
Lola come chocolate, tumbada en el sofá, tapada con una manta. Los pies, con calcetines blancos, sobresalen, de la manta y del sofá. Ríe a carcajadas con una vieja comedia en blanco y negro.
Lucía no volvió o ella no regresó con Lucía. Eso nunca la quedó muy claro a Lola.
Lola busca piso. Odia al vendedor de la inmobiliaria.
Se rompe la impresora. El fax no funciona. Llega tarde al trabajo. Un café con leche en el descanso. Un jefe baboso. Debería haber estudiado Bellas Artes.
Lola está embarazada.
Para el autobús y Lola camina, despacio, hasta su casa. Lola abre la puerta. Lola se mira en el espejo. Lola se quita el maquillaje. Lola está hermosa. Lola sabe que nunca volverá a estar tan bonita como en ese instante. Lola se va a la cama, a envejecer en lugar de a morir.
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