Ezequiel
Ezequiel, no te tortures. Duermes solo, duermes bien. No te hace falta un beso de buenas noches ni alguien que te despierte suavemente a la mañana siguiente. No te hace falta una madre, tampoco un hermano ni un padre. Quizá un amigo, pero eso ya lo tuviste una vez y la cosa no fue demasiado bien... No te hace falta una fiesta de cumpleaños, ni un regalo en Navidad, no necesitas un maestro, ni un libro, ni un cuadro. Estás solo con el mundo, pero el mundo nunca es suficiente (The world is not enough): te hace falta una canción. La echas de menos. La piensas, la escribes, la pintas, la ruedas, la tocas, la mimas, la sueñas, la encuentras... ¡Maldita sea, ya estás otra vez! Dices cosas inconexas, escribes historias sin sentido y pretendes reconciliarte así con quien nunca fue tu amigo. Y entre líneas, se entreleen, rimas que sobran y prosas carentes de poesía.
Ezequiel, eres un niño, ¡deja ya de torturarte! Espera un par de años, tres, o mejor 10. Espera a ser un hombre. Espera mucho tiempo. Entonces podrás huir, podrás tener algo y podrás, si así lo deseas, perderlo. Y no sueñes, no anheles, no planees, no dejes que el sol te queme. No dejes que mamá te mande a la cama. Solo escucha, escucha la canción que ahora suena y siéntete como en casa: Welcome to the Hotel California.
Ezequiel, eres un niño, ¡deja ya de torturarte! Espera un par de años, tres, o mejor 10. Espera a ser un hombre. Espera mucho tiempo. Entonces podrás huir, podrás tener algo y podrás, si así lo deseas, perderlo. Y no sueñes, no anheles, no planees, no dejes que el sol te queme. No dejes que mamá te mande a la cama. Solo escucha, escucha la canción que ahora suena y siéntete como en casa: Welcome to the Hotel California.
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