Raquel
Raquel era Lolita. Por eso no es necesario describirla: basta con imaginarla. Pero lo que sí es necesario es explicar cuándo tuvo lugar el cambio, cuándo Raquel dejó de ser ella y se convirtió en Lolita... y por qué.
No fue en un campamento de verano, no fue un vecino atractivo de mediana edad quien la pervirtió, ni siquiera un padrastro traumatizado en su propia infancia... Raquel era una niña de 10 años cuando comenzó a crecer. Su florecer fue parejo al descubrimiento de unos seres desconocidos hasta entonces: los hombres, los hombres desconocidos, los que al cruzarse con ella por la calle, irremediablemente, se daban la vuelta para echarle un último vistazo a aquel proyecto de mujer. Raquel comenzó a disfrutar siendo (ad) mirada. Creyendo insuficiente su encanto personal, creyendo insuficientes los hombres que la miraban, consciente de su atractivo y viendo necesario protenciar los dones con que la naturaleza le había obsequiado, Raquel se convirtió en una damisela picarona que disfrutaba jugando a cazar miradas. Cuando se ponía la faldita de lunares, cuando llevaba una camiseta blanca sin sostén, cuando tomaba un helado, cuando se pintaba los labios de rojo, del rojo de Ana Bella... Los hombres, el género masculino en su conjunto, fueron los responsables de los pequeños cambios que hicieron que aquella niña se convirtiera en una poderosa Diosa. Para Raquel todo esto no era más que un juego; para los hombres, una obsesión, una locura, el mejor de los pretextos para perder la cabeza: Raquel no tenía nombre; Raquel se llamaba Lolita; Raquel no existía, era como un espejismo en medio de una vida gris; Raquel era real y estaba allí; Raquel pasaba de largo y Raquel se quedaba en forma de recuerdo: el recuerdo de su pelo rubio de niña y sus voluptuosas caderas de mujer perdiéndose al final de la calle.
Un día, Raquel crecerá. Ella aún no lo sabe, ni siquiera intuye que muy pronto, quizá después de este verano, dejará de ser Lolita y se convertirá en una mujer vulgar.
No fue en un campamento de verano, no fue un vecino atractivo de mediana edad quien la pervirtió, ni siquiera un padrastro traumatizado en su propia infancia... Raquel era una niña de 10 años cuando comenzó a crecer. Su florecer fue parejo al descubrimiento de unos seres desconocidos hasta entonces: los hombres, los hombres desconocidos, los que al cruzarse con ella por la calle, irremediablemente, se daban la vuelta para echarle un último vistazo a aquel proyecto de mujer. Raquel comenzó a disfrutar siendo (ad) mirada. Creyendo insuficiente su encanto personal, creyendo insuficientes los hombres que la miraban, consciente de su atractivo y viendo necesario protenciar los dones con que la naturaleza le había obsequiado, Raquel se convirtió en una damisela picarona que disfrutaba jugando a cazar miradas. Cuando se ponía la faldita de lunares, cuando llevaba una camiseta blanca sin sostén, cuando tomaba un helado, cuando se pintaba los labios de rojo, del rojo de Ana Bella... Los hombres, el género masculino en su conjunto, fueron los responsables de los pequeños cambios que hicieron que aquella niña se convirtiera en una poderosa Diosa. Para Raquel todo esto no era más que un juego; para los hombres, una obsesión, una locura, el mejor de los pretextos para perder la cabeza: Raquel no tenía nombre; Raquel se llamaba Lolita; Raquel no existía, era como un espejismo en medio de una vida gris; Raquel era real y estaba allí; Raquel pasaba de largo y Raquel se quedaba en forma de recuerdo: el recuerdo de su pelo rubio de niña y sus voluptuosas caderas de mujer perdiéndose al final de la calle.
Un día, Raquel crecerá. Ella aún no lo sabe, ni siquiera intuye que muy pronto, quizá después de este verano, dejará de ser Lolita y se convertirá en una mujer vulgar.
1 Comentarios:
me gusta.. sigue.. eeeeh?
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