Ana Bella
Cogió la vieja foto, olvidada en una antigua caja de latón. Pablo llevaba pantalones campana y ella un vestido de flores, muy corto y sin escote. Era preciosa en aquella época.
Se apresuró a guardar la foto en cuanto comenzó a sentir en su pecho algo así como nostalgia: el primer amor, su cuerpo adolescente rozando la perfección, una funda de guitarra al pie de la foto... Pablo la dejó al poco tiempo; ella nunca volvió a verse bonita; la música dejó de tener sentido y Bella no se sintió feliz nunca más.
"15 de julio de 2006, hoy es el principio de algo grande, el inicio de una nueva era". Pobre Bella, qué equivocada estaba: ni el principio ni el final: aquel fue un día como otro cualquiera. Escribió esa frase en su diario, como tantas otras veces con tantas otras fechas y se apresuró a guardar la caja de latón justo en el momento en el que su marido entraba por la puerta. La vida volvió a ser real: una mierda.
Ana Bella estaba casada y tenía tres hijos: Miguel, Raquel y Ezequiel. Miguel era el más inteligente de los tres. Ni que decir tiene que Bella no le aguantaba. Raquel tenía 13 años y estaba "en la edad": la edad de salir, la edad de comer helados, la edad de empezar a usar rimel, la edad de perforarse las orejas, la edad de rasurarse el pubis... A Ana Bella tampoco le caía demasiado bien aquella niñata que tantos quebraderos de cabeza le daba, pero era mil veces preferible a Miguel. Por último estaba Ezequiel: demasiado mayor para resultar gracioso y demasiado pequeño para ser tomado en serio. Bella, prácticamente, lo ignoraba. Cuando Ana Bella era niña su abuelo siempre le llamaba Anabel. Ana Bella odiaba aquel nombre, por eso llamó a sus hijos como los llamó. Nunca se lo ha confesado a nadie, pero a veces, por la noche, cuando todos se han acostado y la casa permanece en silencio, se queda unos minutos sentada a oscuras en la mecedora del salón, regodeándose de lo duro que debe de ser para aquellos críos escuchar día tras día sus estúpidos nombres con sus estúpidas terminaciones y sin diminutivos posibles: MiguEEEEL, RaquEEEEL, EzequiEEEL. Ana Bella se sentía realmente satisfecha de la elección de aquellos nombres.
Si resulta extraña la relación materno-filial que une a Bella con sus polluelos, no menos extraña es la relación que la une a su marido, compañero y amante ocasional. Delante de la gente, Bella describe su matrimonio como "una relación fuerte, basada en una unión consolidada gracias al apoyo mutuo, la amistad que ha perdurado durante todos esos años y la madurez que ha llegado a alcanzar su amor gracias al tiempo que han pasado juntos"; que es la forma bonita de decir: "nos casamos, pagamos juntos la hipoteca, nos repartimos el marrón que supone educar a los hijos y follamos una vez a la semana". El matrimonio es, para ella, el noviazgo convertido en sopor; unas vacaciones para las que nunca alcanza el dinero; la repoblación del mundo con nuevos seres nuevamente infelices, y, en definitiva: el final de algo grande, el final de toda una era.
Se apresuró a guardar la foto en cuanto comenzó a sentir en su pecho algo así como nostalgia: el primer amor, su cuerpo adolescente rozando la perfección, una funda de guitarra al pie de la foto... Pablo la dejó al poco tiempo; ella nunca volvió a verse bonita; la música dejó de tener sentido y Bella no se sintió feliz nunca más.
"15 de julio de 2006, hoy es el principio de algo grande, el inicio de una nueva era". Pobre Bella, qué equivocada estaba: ni el principio ni el final: aquel fue un día como otro cualquiera. Escribió esa frase en su diario, como tantas otras veces con tantas otras fechas y se apresuró a guardar la caja de latón justo en el momento en el que su marido entraba por la puerta. La vida volvió a ser real: una mierda.
Ana Bella estaba casada y tenía tres hijos: Miguel, Raquel y Ezequiel. Miguel era el más inteligente de los tres. Ni que decir tiene que Bella no le aguantaba. Raquel tenía 13 años y estaba "en la edad": la edad de salir, la edad de comer helados, la edad de empezar a usar rimel, la edad de perforarse las orejas, la edad de rasurarse el pubis... A Ana Bella tampoco le caía demasiado bien aquella niñata que tantos quebraderos de cabeza le daba, pero era mil veces preferible a Miguel. Por último estaba Ezequiel: demasiado mayor para resultar gracioso y demasiado pequeño para ser tomado en serio. Bella, prácticamente, lo ignoraba. Cuando Ana Bella era niña su abuelo siempre le llamaba Anabel. Ana Bella odiaba aquel nombre, por eso llamó a sus hijos como los llamó. Nunca se lo ha confesado a nadie, pero a veces, por la noche, cuando todos se han acostado y la casa permanece en silencio, se queda unos minutos sentada a oscuras en la mecedora del salón, regodeándose de lo duro que debe de ser para aquellos críos escuchar día tras día sus estúpidos nombres con sus estúpidas terminaciones y sin diminutivos posibles: MiguEEEEL, RaquEEEEL, EzequiEEEL. Ana Bella se sentía realmente satisfecha de la elección de aquellos nombres.
Si resulta extraña la relación materno-filial que une a Bella con sus polluelos, no menos extraña es la relación que la une a su marido, compañero y amante ocasional. Delante de la gente, Bella describe su matrimonio como "una relación fuerte, basada en una unión consolidada gracias al apoyo mutuo, la amistad que ha perdurado durante todos esos años y la madurez que ha llegado a alcanzar su amor gracias al tiempo que han pasado juntos"; que es la forma bonita de decir: "nos casamos, pagamos juntos la hipoteca, nos repartimos el marrón que supone educar a los hijos y follamos una vez a la semana". El matrimonio es, para ella, el noviazgo convertido en sopor; unas vacaciones para las que nunca alcanza el dinero; la repoblación del mundo con nuevos seres nuevamente infelices, y, en definitiva: el final de algo grande, el final de toda una era.
2 Comentarios:
Pobre Bella, pobre él.
Afortunado yo, que supe de esta historia.
A lo mejor él es feliz...
Publicar un comentario
<< Home