El día ha amanecido gris y llueve sin cesar. El día tiene ganas de un baño caliente con espuma. Con velas, quizás. Sin compañía. El día tiene ganas de desnudarse o, al menos, de quitarde el pijama. Pero el día hoy se ha levantado tan triste que le dan igual incluso sus propios antojos. El día tenía que haber ido a por el pan, tenía que haber comentado textos para crítica literaria, tenía que haberse depilado las piernas y, por qué no decirlo, tenía que haber echado un polvo. Pero el día decidió que, tan gris como se sentía, lo mejor era pasar la tarde en la cama. Y a estas alturas ya no sabe si se encuentra nublado por no haberse levantado de la siesta o si no se ha levantado de la siesta porque la niebla se lo impide. El día cree que su mejor medicina sería un beso, pero sabe que va a tener que conformarse con un par de aspirinas y con visitar alguna página guarra en la red y a una amiga con esguince. El día lee una revista para féminas, con útiles consejos sobre qué hacer antes de quedarse embarazada o si su relación de pareja ya ha pasado la fecha de caducidad. El día sonríe: lo ha hecho ya todo y no, su relación no tiene fecha de caducidad. El día, hace un par de horas, se ha quedado sin voz. El día no puede cantar las canciones que suenan en sus altavoces y que oye, pero no escucha. El día está preocupado: ¿qué escribirá para su próximo artículo? Nada lo suficientemente bueno, es probable. Lo ve con claridad: será mediocre y superficial, sí, un artículo de esos que pasan sin pena ni gloria. Escribirá cosas sobre las que no sabe nada en lugar de escribir sobre lo que de verdad le interesa: el cambio climático. El día vuelve a sonreír: ya no es laísta. O al menos eso cree. El día desearía tener fuerza de voluntad y leer a Álex Grijelmo y cantar a Janis Joplin, pintar a Goya y esculpir a Rodin. El día desearía un poco de sol. El día tiene un blog.
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