¿Olvido o Recuerdo?
Difícil tarea la de enterrar el olvido; difícil y desagradecida.
Primero tienes que tomar la decisión de deshacerte de los recuerdos y eso, solo eso, ya es duro pues muchos son hermosos y siempre cuesta desprenderse de las cosas hermosas, aunque amenacen, constantemente, con herirnos de muerte. Si tuvieras una daga de oro y piedras preciosas en la empuñadura, forjada por alguien a quien amaste demasiado, aunque amenazara con clavarse en tu pecho en cualquier momento, ¿no crees que sería duro tomar la decisión de desterrarla del arcón donde habitan tus más preciadas posesiones? Pero, un día, el recuerdo llega a resultar tan doloroso que decides acabar con todo y, si puede ser, para siempre. Te armas de valor y de una pala, cavas una profunda fosa, tan profunda que tu vista no alcanza a ver el fondo, y arrojas allí todo, lo bueno (que es mucho) y lo malo (que es más). Lo echas y lo cubres de tierra, de hormigón y hasta de asfalto, con la esperanza de que nunca, NUNCA, pueda volver a tu vida.
Pasan los meses y hasta los años, las pocas veces que recuerdas aquella época de las decisiones extremas, desesperadas, es para pensar en ella como algo acabado que pertenece a un pasado tan remoto que parece el pasado de la vida de otro. Pero un (buen) día, vas por la calle, hace frío, estás en un lugar bien conocido y un chico pasa a tu lado fumando; tabaco rubio, seguro; Lucky, quizás. En tu pecho, entonces, sientes el temblor, el terremoto, la hecatombe y la tierra se abre y, por un instante, todos lo recuerdos vuelven. Solo ha sido el humo de un cigarro, pero ha provocado la mayor de las catástrofes posibles..., por suerte, todo ocurre en un instante, pero un instante doloroso, punzante.
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