sábado, junio 3

Historias

Un hombre alto, de pantalón oscuro y calcetines blancos. Me mira fijamente por un instante y pasa de largo para continuar su paseíllo nervioso, de un lado para otro, a lo largo del andén, de la dársena o como quiera Dios que esto se llame.
Me gustaría escribir su historia, pero ni siquiera fuma. ¿Qué clase de historia se puede escribir sobre alguien que ni siquiera pide fuego para encendarse un cigarro? ¿Que se limita a esperar el autobús mientras pasea para deshacerse del frío y hace chascar sus dedos nerviosamente?
Quizá la historia esté en la música que está escuchando: una canción que trae recuerdos del pasado, de un amor que duró poco, pero lo suficiente como para dejar una honda huella en el pecho..., demasiado típico, ¿no os parece?
O puede que la historia esté en el lunar que tiene en su barbilla; un lunar heredado de una madre que le abandonó a los dos años porque era demasiado joven y demasiado bonita como para asumir la responsabilidad de un hijo. Demasiado cruel me parece a mí.
O quizá la historia esté en los calcetines blancos y los zapatos grandes, así como prestados. Puede que sea camarero, que haya estudiado Bellas Artes y sea camarero y, por las noches se dedique a perfilar dibujos a carboncillo de la chica de la canción... la dibuja desnuda para recordar el tacto de su piel y su olor y olvidar que el talento no sirve para nada y que el amor, a veces, tampoco.
O a lo mejor la historia está en la bolsa roja, en el libro que hay dentro, en el album de fotos, en la carta anónima, en las bragas robadas, en los poemas a medio escribir y la película a medio ver...; quizá la historia esté en la bolsa roja vacía que ha de llenarse de algo en algún lugar o que ha de permanecer vacía o que ya ha sido llenada o vaciada...
Viene el autobús y el hombre se adelanta a la cabecera de la cola. Se va a ir, se va a ir sin mí, llevándose consigo su historia, mi historia..., ¡maldito ladrón de historias! Seguro que era eso lo que guardaba en la bolsa: historias.