jueves, junio 9

Cuando ya era demasiado tarde...

Su cuerpo yacía inmerso en el agua aún caliente, salpicada de sangre, impregnada de muerte. La piel que un día fue del más hermoso color canela, ahora estaba pálida y sin vida, sin vida igual que sus labios amoratados; sin vida como sus ojos tristes, cerrados, vencidos primero por el llanto, luego por el sueño y, al fin, por la muerte.
Ella había decidido morir como tantos otros cobardes que no fueron capaces de seguir luchando; como tantos otros valientes que se atrevieron a desafiar a la muerte.
Y así había llenado la bañera de agua caliente, mientras encendía unas cuantas velas y ponía un poco de música: canciones tristes que hablaban de amor y vidas miserables, su única compañía hacia la muerte. Se había sumergido en el agua vestida solo de tristeza y había empezado a llorar mientras dejaba que la vida huyera a través de sus heridas.
Y en uno de esos instantes en los que el sueño y el dolor eran solo uno y ya no hacían daño, pudo borrar su imagen de su mente, pudo hacerle desaparecer de sus pensamientos; durante un breve y eterno segundo tuvo la sensación de que ya nunca volvería a llorar por él porque había logrado olvidarle, y pensó que, quizá, con un poco se suerte, podría incluso llegar a ser feliz algún día. Pero después de ese instante murió, se le escapó la vida sin llegar a olvidarle del todo, sin haber sabido nunca lo que se siente al ser feliz y sin saber que él subía las escaleras hacia la casa y abría la puerta, iba al baño y la encontraba muerta..., tan muerta y tan hermosa, tan triste y tan vulnerable que no pudo evitar las lágrimas y no tuvo más remedio que sentir que la culpa de toda aquella tragedia era solo suya. Se acercó a ella un poco más y pudo oler la sangre, y pudo oler la muerte y tocar su mano por última vez y acariciar su suave cabello oscuro, deseando besar sus labios y ver los ojos que nunca volverían a mirarle. Salió del baño apresuradamente, asustado, aún temblando; quería quedarse a solas con su propio dolor y sentir, de este modo, la culpa de todo aquello.
Y, mientras, el agua seguía tibia y el brillo de una llameante vela aún se reflejaba en ella, la música sonaba inquieta, tan triste como al principio y él, en algún rincón sombrío de aquella oscura casa, supo al fin lo mucho que la amaba, cuando ya era demasiado tarde.